domingo, 22 de marzo de 2009

Aprovechar

Nota sacada de la editorial del programa Marca de RADIO, conducido por el periodista Eduardo Aliverti en radio La Red. Iba a escribir una nota sobre este tema pero la siguiente refleja claramente mi postura superando ampliamente lo que podria escribir yo, asi que disfrutenla:

Eduardo Aliverti


Las siguientes líneas versan sobre un tema que a la mayoría de esta sociedad le importa un pito. Aclarémoslo de entrada, porque de lo contrario habría quienes puedan pensar, con todo derecho, que el periodista perdió relación con la realidad. O por lo menos, con la realidad que le interesa a esa mayoría.

Los factores de ese desinterés son diferentes pero concurrentes. Descripto de modo aleatorio, más a muy pocos que a muchos puede ocurrírseles ubicar en un lugar privilegiado de sus preocupaciones o inquietudes cotidianas el punto de quiénes manejan la radio y la televisión. Y si acaso es modificable. Es un tema al que pueden dedicarse quienes tienen resuelto con alguna comodidad las urgencias coyunturales, llámense éstas ingresos salariales, perspectivas de trabajo, vivienda, cobertura social, algún refugio mejor que otros contra lo que llaman “inseguridad” o como se quiera. Plenamente comprensible.

También es cierto que, para que la cuestión pudiese alcanzar algún nivel de atracción popular o clasemediera (sobre todo esto último), se necesitaría que los medios habilitasen su difusión y debate con el mismo encomio que le dedican a los profundos pensamientos de Susana Giménez, a la batalla de egos entre Riquelme y Maradona o a que sus periodistas circunspectos pongan cara de “qué nos pasa a los argentinos”, sólo por ejemplo. Y, sobre llovido mojado, hay una crisis internacional de la hostia, elecciones adelantadas, ruralistas otra vez de paro y en las rutas, rabinos que comparan a Kirchner con Nerón, curas que convocan a la pena de muerte y, en fin, un clima generalizado de expectativas desfavorables. Por tanto, el intento de someter a discusión pública el proyecto de nueva ley de comunicación audiovisual tiene tanto de loable como de destino dudoso, por fuera de algunos ámbitos muy específicos. Los multimedios, y alguno muy en particular, no quieren saber absolutamente nada de debate alguno porque, aun cuando saliesen airosos en los números parlamentarios, el solo hecho de abrir un cotejo de ideas dejaría desnudos sus intereses corporativos.

Algunos obrarán ninguneando y otros, como ya ocurrió esta semana, saldrán con los tapones de punta a decir que se trata de amordazar a la prensa y/o que, en todo caso, el momento de crispación que se vive no es lo más adecuado para discutir qué se hace con la radio y la televisión. Nadie saldrá a decirles que hace 25 años que “no es el momento”, y si sale lo ignorarán. La batalla, entonces, se dirimirá en el Congreso si es que la propuesta aterriza allí, con el enorme riesgo -principalmente en el Senado- de que tanto legislador sensible a los generosos aportes críticos de los medios independientes termine tumbando la ley. Si en la reyerta

por la 125 jugó la especulación de con qué cara volverían a sus ciudades y pueblos en caso de no acompañar al “campo”, imaginemos el frío que les correrá por la espalda de sólo pensar lo que les espera si votan en contra del interés de los emporios mediáticos. En síntesis, se sale con dos o tres goles abajo, desde el vestuario, por la enormidad de una correlación de fuerzas desfavorable, en la que se conjugan el poder de una prensa virtualmente monopólica con la flaquísima percepción social acerca de que los medios de masas son decisivos en la determinación de cómo se vive, de qué se consume, de cómo se piensa, de qué se actúa. Y todo esto, sin contar siquiera como hipotético que el oficialismo, más allá de que la propuesta está muy bien elaborada, no esté dispuesto a que la ley pueda ser usada como prenda de cambio para favores electorales.

Bajo semejante panorama, aunque sin perder de vista que la sola presentación de un proyecto de este tipo no deja de ser un gran avance, hay dos probabilidades: taparse con la frazada de la cabeza a los pies porque no se advierten chances objetivas de continuar avanzando, o dar la pelea en la seguridad de que merece ser dada porque los medios son una herramienta estratégica de cualquier construcción política que se precie de tal. El firmante no comparte que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Se lucha y se pierde tranquilamente. Pero es irrebatible que nunca se gana si jamás se lucha, y ésta es una lid que se justifica. Sería espantoso que los kioscos narcisistas de la progresía política e intelectual le sacasen el cuerpo a que, tras un cuarto de siglo, pueda derrotarse a la ley que los milicos y sus amanuenses civiles (es al revés, en realidad) nos dejaron como rémora casi invicta, como no sea por modificaciones que encima sirvieron para profundizar sus negociados de comunicación concentrada. Sería lamentable que la izquierda no comprendiese como tácticamente imprescindible el consolidar un campo de acción mucho mejor que el actual, para desarrollar un crecimiento concreto a través del manejo mediático. Sería imperdonable seguir recluidos en divagues retóricos, a la espera de la revolución proletaria universal, en lugar de aprovechar para ocupar lugares. Al menos estos lugares. Sería todo eso porque ratificaría que la vocación de poder se acaba en proyectos personalistas, y en acaparamiento de tribus de centros de estudiantes de la facultad, y en dar conferencias. Sería todo eso porque avalaría que lo progre y lo rebelde no sabría qué hacer con medios de comunicación propios y afines, por falta de capacitación pero, antes, por ausencia de claridad conceptual.

¿Qué carajo puede cuestionársele, con honestidad ideológica, a que dos tercios del espectro de radio y televisión puedan quedar en manos del sector público, de organizaciones sociales, de Universidades, de cooperativas, de sindicatos? ¿Cómo se hace para estar en contra de que un único permisionario tenga en la misma zona de influencia el diario, la radio, el canal abierto, el canal de cable? ¿Cómo hacemos para oponernos a que haya la posibilidad de que el fútbol no sea (o sea un poco menos) un gueto pago manejado por una corporación de atorrantes? ¿Qué decimos? ¿Que no hay que hacerle el juego al kirchnerismo? ¿Y qué catzo nos tiene que importar el kirchnerismo, que al fin y al cabo no es más que una circunstancia de la disputa interburguesa, si quedan favorecidas condiciones objetivas de ocupación de espacios? Pero más que eso, en lógica de carácter transitivo: ¿entonces le hacemos el juego a Clarín, para ejemplificarlo con alguna cabeza de turco emblemática? ¿Eso vamos a hacer? ¿Vamos a detenernos para siempre en que este mismo Gobierno es el que le renovó la licencia televisiva a ese grupo, y el que visteó la fusión de sus empresas de cable, y el que se dio cuenta recién ahora -como la rata en

su momento- de que sale muy caro lo barato de comprar medios y periodistas como concepto de política comunicacional? Vamos: se puede reparar en eso, pero no paralizarse en eso. Porque quedar paralítico ahí es ser funcional a los intereses del sistema.
Siempre Gramsci, después de todo. Con el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. La inteligencia da, para volver al comienzo, que esto le importa más bien a nadie. Y la voluntad es la inteligencia de que hay que aprovechar. Aun si se pierde, será mejor que haberse dedicado a masturbaciones de sectas y proyectos individualistas.


MARCA DE RADIO, sábado 21 de marzo de 2009.

domingo, 15 de marzo de 2009

Veintitres


Pablo Feinmann, el filósofo incómodo del kirchnerismo

Poder y violencia

12-03-2009 / Publicó Timote, una novela sobre la ejecución de Aramburu por parte de Montoneros. De la legitimidad de la violencia política a la ignorancia de Susana Giménez. El rol de Carrió. Sarlo y los intelectuales “duhaldistas”. Su apoyo a la nueva Ley de Radiodifusión. Cómo piensa el filósofo incómodo del kirchnerismo.

FOTO: PABLO STUBRIN
FOTO: PABLO STUBRIN

Por Diego Rojas

El escritorio de José Pablo Feinmann es elocuente: libros y más libros, un caos de textos en los que se sumerge día a día para pensar, escribir y, después, seguir pensando. Y, luego, seguir escribiendo. Porque digamos que, además de ser esa la tarea del filósofo o del novelista, estamos en presencia de un grafómano: alguien adicto al acto de poner por escrito sus ideas. Por caso, en los últimos meses Feinmann publicó La filosofía y el barro de la historia, que en más de ochocientas páginas hace un repaso histórico y político por la disciplina del pensamiento.

Terminó de escribir varias novelitas negras cuyo protagonista es un agente secreto estadounidense fascinado con la violencia y la tortura. Y acaba de lanzar al mercado Timote (Planeta), el texto que ficcionaliza un encuentro decisivo para la historia más reciente de la Argentina: el que tuvo lugar entre el general Pedro Aramburu y la célula fundacional de Montoneros, con Fernando Abal Medina a la cabeza, que culminó con el ajusticiamiento del militar. La novela especula sobre las últimas horas de Aramburu, sobre los diálogos que tuvo con Abal Medina –su ejecutor–, sobre el rol de Firmenich y la mítica Norma Arrostito.

Ese acto de la guerrilla reabre hoy el debate sobre la violencia política en el país y permite pensar una época decisiva cuyo espíritu marcó a toda una generación y que sigue pesando sobre los hombros de una sociedad que revisa su pasado y sobre los de un gobierno al que la derecha acusa de “montonero”. La novela es la excusa para que el polémico Feinmann –el filósofo más influyente de la era K que logró que Sartre y Heidegger tengan rating a través de sus programas televisivos– converse con Veintitrés sobre aquellos años en los que la Argentina vivió en peligro y sobre la actualidad de un país demasiado complejo.

–Hace un tiempo se dio el debate promovido por el filósofo Oscar del Barco quien, al haber apoyado al Ejército Guerrillero de los Pobres, se reconoció como asesino. Y extendió ese papel a todos quienes apoyaron la lucha armada. Usted no juzga en esta novela el acto del asesinato político.

–No lo juzgo. Lo discuten los personajes. Aramburu dice: “Ustedes me están asesinando”. Y Abal Medina responde: “Estamos haciendo justicia popular porque es algo que está en el deseo del pueblo”. Se trata de una tragedia, tal como la concebía Hegel: no como la lucha de lo justo contra lo injusto, sino el enfrentamiento de lo justo contra lo justo. Aramburu tiene razón porque todo acto de matar a una persona es un asesinato. Les pregunta en qué asamblea el pueblo les cedió el permiso para actuar en su nombre. “¿De qué justicia popular me hablan?”, le pregunta a Abal Medina. “¿El pueblo les firmó, les dijo que maten a Aramburu?”. Pero la respuesta de Abal Medina complejiza este crimen político: “Usted firmó su sentencia de muerte”. Esa ejecución ocurrió luego de quince años de gobiernos ilegales. Creo que esto todavía no está claro en la cultura política del país.

–¿La sociedad todavía no comprende el porqué de la emergencia de los Montoneros?

–Creo que no. De otro modo, no los odiaría tanto. Debería, al menos, haber una mirada más compasiva. Estos muchachos, que tenían veintitrés años, fueron condenados a tener que matar. Los condenó el sofocamiento total antidemocrático que excluía a la mayoría del pueblo y al líder de esa mayoría. Olvidemos por un momento todo lo que después sucedió y situémonos en mayo del ’70. El crimen de Aramburu se produce bajo el gobierno de un cursillista, un católico franquista que le consagra el país a la Virgen. Estos pibes realmente no tenían salida, pero encuentran un gran culpable. Aramburu firma su sentencia de muerte cuando firma el decreto 4161 que excluye al justicialismo de la vida política del país. Lo notable es que, cuando es secuestrado, Aramburu no es el mismo. Debe ser terrible morir por tus viejos pecados cuando estás tratando de remediarlos.

–La postura de muchos setentistas es decir: “Nos equivocamos”. En cambio, pareciera que usted dijera que, si fue una equivocación, fue en parte inevitable.

–Hasta ahí. Cuando empieza la democracia, la violencia es injustificable. Yo detesto a los Montoneros a partir de Cámpora, y sobre todo a partir del asesinato de Rucci, que es uno de los hechos más canallescos de la historia argentina. Con el 64 por ciento de los votos, Gelbard en el Ministerio de Economía (es decir, un judío comunista que representa a la pequeña y mediana industria) y Rucci en la CGT, estaba forjando algo. A los dos días de la elección matan a Rucci. Es un asesinato brutal, un asesinato impolítico, un crimen contra el país. Eso sólo lo pudo haber hecho Firmenich, que es la desgracia de los Montoneros. “Manolito” Firmenich. También le decían “Maderita”. Y, bueno, viejo, con Firmenich, con Galimberti... ¡Qué conducción bastarda para haber dirigido a tipos como Walsh, Oesterheld, Verbitsky o Gelman! Yo no lo entiendo.

–¿Cómo recibió usted el asesinato de Aramburu?

–Pensé: “Y bueno, esto alguna vez tenía que pasar, por algún lado tenía que explotar”. El año anterior había sido el Cordobazo, metodología con la que concuerdo mucho más, con los obreros en la calle, con su dirigencia sindical, con Tosco, Atilio López, René Salamanca. Estoy totalmente contra el foco y la teoría guevarista del foquismo, me parece nefasto todo eso. De todos modos, cuando lo matan a Aramburu, digo: “Y bueno, qué mala suerte. Pero esto tenía que ocurrir”.

–En la novela se dice que Aramburu quería traer a Perón para incluirlo en el sistema y los Montoneros querían que regresara para destruir al sistema.

–Es trágico. Aramburu les ofrece lo mejor que está haciendo, que son sus tratativas para el regreso de Perón. A esta altura de la historia argentina se puede especular que si le hubiese salido bien a Aramburu, se hubiera ahorrado mucha sangre. Perón volvió. Lo terrible es que lo hizo demasiado tarde. Cuando llega dice: “Muchachos: freno. Un gobierno populista distribucionista. Nada de revolución”. Y, claro, habían puesto muchos muertos. Así Perón conoce por primera vez algo que desconocía: la rebelión en sus filas, el quiebre de la lealtad. Esa consigna terrible que se cantó el 1º de mayo: “Vea, vea, vea, qué manga de boludos, votamos a una muerta, una puta y un cornudo”. Ese 1º de mayo el clima ya no era popular: estaba la militancia en estado de enfrentamiento. Yo andaba por ahí con dos o tres amigos. La otra consigna que cantaban era: “Vea, vea, vea, qué flor de pelotudos, votamos a una muerta, a un brujo y a un cornudo”. El viejo escucha eso y se vuelve loco. Perón, que creía controlar todas las contradicciones desde afuera, cuando regresa, se da cuenta de que ya no puede ser un dios.

–¿Se podría hablar de tragedia otra vez como usted la plantea, justos contra justos?

–Claro, los Montoneros con su proyecto revolucionario y Perón con su plan burgués, distribucionista, estatista, que hoy sería intragable porque es más o menos lo que intenta balbucear Cristina Fernández y la ven como si fuera Chávez. En ese momento era viable, pero para la izquierda era escaso. “No peleamos tanto tiempo para esto, General”. Hubo demasiados muertos, verdaderamente. Una tragedia.

–Entonces, para usted, la violencia política anterior al ’73, ¿era un acto de justicia?

–Para mí, desde 1955 hasta 1973, sólo hay gobiernos ilegítimos. Y todas sus muertes son asesinatos. La de Felipe Vallese pero también la del ladrón que mató la policía. Por el otro lado, mientras hay dictadura existe un principio que dice que el pueblo tiene el derecho a alzarse en armas contra gobiernos tiránicos. Mi mirada es compasiva respecto de los grupos guerrilleros. Esa generación habría podido elegir otro camino de no haber estado sofocada. Además, era una época en la que la violencia estaba legitimada: tenés la revolución cubana, Vietnam y el general Giap, Estados Unidos derrotado, Mao Tse Tung, el Che Guevara, Argelia, el prólogo de Sartre a Fanon.
–Por eso, el debate de Del Barco ¿cuenta con su adhesión? ¿Usted diría: “Fuimos asesinos”?
–Lo que tiene Del Barco es que elige un ejemplo muy triste, muy desgarrador, muy humillante. El EGP. Diecinueve tipos que salen al monte y, sin enfrentarse al ejército ni a nadie, terminan matando a dos pibes de los suyos. Pero eso es condenable ya no como guerrilla, sino como grupo humano. No se puede juzgar a los grupos guerrilleros a partir de la experiencia de Massetti. Fue una experiencia de una insensatez total. Es un ejemplo muy infame, una perla muy terrible. Es como pensar en Rosas a partir de Camila O’Gorman y trazar desde ahí el panorama.

–En algún momento usted planteó que no debía ocultarse que el Che Guevara comandó los fusilamientos en Cuba.

–Mil quinientos fusilados hubo. La mayoría torturadores, tipos del ejército batistiano. Yo estoy en contra de la pena de muerte. Estoy con el “no matarás” de Del Barco. Pero el hombre mata.

–Si hablamos de pena de muerte hoy, hay que pensar en Susana Giménez.

–Yo no pienso en Susana Giménez (risas). Bueno, por lo mediático ahora aparece esta mujer que dice atrocidades porque es una ignorante. La civilización está perdida, porque no ha logrado a lo largo de toda su historia valorar la vida y la pulsión de muerte es más potente que lo que Freud llama el eros. Me produce escozor cuando los periodistas le preguntan a la gente qué haría si le matan un hijo. “Ah, yo saco una escopeta y salgo a matar gente”. Si a vos te ponen en el lugar de un padre al que le mataron a su hijo es probable que pierdas la cabeza y salgas a matar. Hay que preguntar sin esa carga que impide razonar.

–Sin embargo, los organismos de derechos humanos que sí tenían esa carga no salieron a pedir muerte sino justicia.

–Este país lo más honroso que tiene son las Madres, que no han pedido nunca una muerte. No se mató a nadie, a un solo represor. Eso es increíble. No hubo una venganza. Es excepcional.

–En cierta época el debate sobre la legitimidad de la violencia política lo planteó Sartre. Hoy, el debate sobre la pena de muerte es impulsado por Susana Giménez...

–Me revela los tiempos. Son tiempos comunicacionales en los que la televisión se adueñó de la subjetividad de las personas. Hay un poder comunicacional que sujeta las conciencias.

–Hablando del asunto, está por presentarse la nueva Ley de Radiodifusión. ¿Qué opinión le merece?

–Ante todo, pienso que es un gesto de gran valentía de este gobierno, pero no sé si tiene el poder para imponerlo. Ante todo acto que impulsás, te tenés que preguntar qué poder tenés para imponerlo. Podría ser un paso en falso.

–Alguna vez dijo a Veintitrés que Kirchner era un Tío Patilludo que no repartía. Las retenciones eran por lo menos un intento de sacarles algo a los que más tenían...

–Y casi se van a los caños. Me daban ganas de pedirle perdón por todo lo que hinché por la distribución de la riqueza porque, cuando quiso distribuir el tres por ciento, casi cae el Gobierno.

–Imagine que Kirchner presenta la nueva ley de medios...

–¿Kirchner o Cristina?

–¿No es lo mismo?

–Creo que Cristina es más inteligente. Más brillante. Por cómo hila sus ideas, el modo de razonar, su brillantez expositiva. Es muy superior a Kirchner. Ahora si Néstor es un animal político más poderoso que ella, no lo sé. Pero no comparto lo que está haciendo últimamente. Hace dos años saqué una nota llamada “El factor Barrionuevo” y no le cayó nada bien. Y ahora tenemos otra vez el factor Barrionuevo y hasta el factor Saadi, que lo han llevado a un fracaso en Catamarca. Ahí, Kirchner no se lució. En cambio, a ella la noto cada vez más segura, más estadista. Me interesa la figura de Cristina.

–¿La pasión de Néstor podría entorpecer la gestión de Cristina?

–Podrían chocar o complementarse. El empuje feroz que tiene él a veces puede complementarse con la racionalidad de ella. No creo que el país esté gobernado sólo por ellos. Hay dos tipos que yo respeto mucho. Uno es Massa, que está laburando bien, pero detrás de él está Juan Abal Medina hijo, que es un tipo brillante. Es un linaje el de los Abal Medina. Habría que hacer una novela sobre ellos. Él está ahí, al lado de Cristina.

–¿Él es su nexo con los Kirchner?

–No, yo no tengo nexos con ellos.

–Tampoco está en Carta Abierta (el grupo de intelectuales que apoya a Kirchner).

–No, estoy acá (señala su escritorio). El Kirchner que conocí en 2003 quería hacer un partido de centroizquierda, desmenemizar la política argentina, crear un mercado común latinoamericano. Después empezó a hacer algo que quizá sea inevitable: apropiarse del aparato peronista. Quizá si no hacía eso, a esta altura no estaba en el poder. Cuando pasó, me dije: “Yo no estoy para eso, para tomar el PJ hay que ser político”. ¿Y qué es la política? Es lo que decía Perón en su Manual de conducción política, que tengo en la edición de 1951, la auténtica, totalmente marcada. Desde Hegel que no releía nada tan seriamente (risas). El libro es muy bueno. Ahí dice Perón: “Hay tipos que vienen y yo quisiera darles una patada y les termino dando un abrazo”; “Si solamente voy con los buenos voy a llegar con muy pocos”. Eso es la política.

–¿Pero esa política le dio frutos a Kirchner? Está con Curto, con Ishii y, sin embargo, Duhalde
acumula por otro lado. Se va Reutemann, se van figuras del Frente para la Victoria.

–Lo
veo débil a Kirchner, con todos los medios en contra, cosa que no pudo revertir. Con mucha intelectualidad antikirchnerista, que antes era socialdemócrata o radical de izquierda. Kovadloff, Sarlo... Bueno, Sebreli ha tenido muchas evoluciones. Hoy están en una posición furibundamente antikirchnerista. Son duhaldistas. Yo le diría a Sarlo: “Vos estás objetivamente jugando para Duhalde”.

–¿Carrió también?

–Claro, la única alternativa a Kirchner es Duhalde, porque el poder se da dentro del peronismo. Todos van a nuclearse alrededor del que Duhalde ponga, no alrededor de él porque es impresentable. Puede ser Reutemann. Ahí se va a formar el verdadero foco opositor.

–¿Carrió no diría: “Ni con Duhalde ni con Kirchner porque yo quiero la república”?

–No le creo nada. ¿Qué república quiere? ¿La suya? ¿Ella cree que puede hegemonizar algún proyecto? Es risible. Nadie le cree a Carrió. Ahora, si suma a Macri, a Lavagna, algo puede pasar.

–Los intelectuales que apoyan a Kirchner, ¿no son poco críticos?

–Deberían criticar más. Pero la verdad que no los veo mucho. Estoy escribiendo mucho. El suplemento sobre el peronismo en Página 12, ahí pongo mi posición política. Hay que ser pacientes y ver qué pasa. Con esta ley de medios, hay que ver si no se incendia el país.

–Volviendo a la novela, hay un personaje muy divertido, que es el tano de la pulpería de Timote, que le dice a otro: “Si estos pibes matan a Aramburu, se reciben de peronistas aprobando sólo una materia”.

–Sí. Y el Mundial sobre el que discuten en su pulpería. Es terrible, pero hay que leerlo así: al pueblo le importaba un pepino, también, la suerte de Aramburu. En todos los diarios salía que había sido secuestrado Aramburu. Está bien que festejaron. Pero de lo que más hablaron fue de fútbol ya que justo cuando estaba secuestrado comenzaba el Mundial de México. Y hablaban de ese partido ignominioso que perdió la selección contra Perú por el que no pudo participar de ese Mundial. Con pasión discuten ese partido.

–Leía el libro y pensaba: “Qué futbolero, Feinmann. No me lo imaginaba así”.

–Sí, sí. Ese partido lo sufrí como loco. Te lo juro. Fue un partido vergonzoso.



(entrevista sacada de la revista veintitrés que expone la opinión del filósofo José Pablo Feinman, no tenia ganas de laburar pero creo que esto vale la pena compartirlo)

jueves, 5 de marzo de 2009

Costumbre a la que no nos queremos acostumbrar

El pensamiento tendencioso argentino es uno de los males que rodean y encierran a nuestra sociedad, truncando lo que podría ser un cambio y mejora desde adentro, desde el pensamiento.
Las frases
más comunes a este letargo van desde: "si todos lo hacen"; “si todos tiran basura, ¿por qué me dicen a mi?”; “si todos roban porque robe un poquito no pasa nada”; “si no lo acepto yo, lo va aceptar otro", etc., etc. ¿Les suena?

Uno puede entender un pensamiento escéptico después que alguien trabajó y se esforzó, hizo las cosas siguiendo un ideal y lo desilusionaron, lo basurearon, le robaron. Lo que no se puede permitir es el pensamiento soberbio y para nada constructivo que afirma que porque uno ya no puede mejorar su entorno (en la realidad práctica o en su mente, porque seamos sinceros “no está muerto quien pelea”), nadie lo va a poder hacer o negarle la posibilidad a otros que lo intenten o lo hagan, dándole consejos a sus hijos tales como no te metas”, “esto ya esta mal y no se puede cambiar”, “con el poder no se puede” … y ser parte de lo peor del sistema, alimentando sus claras deficiencias.

Se perpetúa el individualismo extremo que lleva a pensar que si me cago en el otro y estoy con el que tiene poder voy a estar bien, y en realidad, uno se termina perjudicando a sí mismo y al resto con semejantes acciones y pensamientos. Esto se debe a que esperando que otro haga las cosas bien, delegando responsabilidades continuamente en "el boludo que todavía cree y hace las cosas bien", nadie termina haciéndolo y los perjudicados somos todos o la mayoría del pueblo. Lo importante es no caer en la resignación, y para aquellos que si lo están no contaminar con esa resignación a los que sí tienen la voluntad y las ganas de hacer algo por cambiar las cosas, de pensar, de dormir un poco menos por quedarse buscando ideas en la cabeza para buscarle la vuelta, como solucionar diferentes cosas, y proponer otras tantas. Esa si es la postura que se tiene que expandir, contagiar. Otra actitud positiva por parte de los que ya perdieron las esperanzas, es darle reconocimiento a esa gente que no se rinde y darle ánimo, y no tratarlas como los "giles" que se piensan que todavía se puede hacer algo.

Empezar a valorar a los que luchan por sobre los que no luchan, no porque los que no luchen sean menos que los otros, pero si con el fin de que se sumen mas a la lucha y así dar vuelta la situación porque el fin último no es quizás lo mas valioso, sino el trayecto que se recorre para lograrlo.
Mi humilde homenaje a los que sueñan, a los que se esfuerzan aunque no vean nada claro en el horizonte, a los que se queman las neuronas a la noche buscando argumentos para no caer en la mediocridad y en la rutina, y para que cada día se siga generando ese algo nuevo y se pueda evolucionar, aprender un poquito mas y por que no, equivocarse y arrancar nuevamente siempre con una sonrisa.

Para los que dejan todo aunque no les quede nada, para ellos son estas pocas líneas que se me ocurrieron una noche cualquiera de marzo del 2009…

“Nosotros mismos debemos ser el cambio que deseamos ver en el mundo”. (Gandhi)



Guy Fawkes y Florencia Andria

miércoles, 4 de marzo de 2009

Salvataje...¿para quien?

Los llamados planes de salvataje llevados a cabo por los gobiernos de las potencias, demuestran quienes gobiernan el mundo realmente: las grandes corporaciones. Porque los capitalistas, que fueron los que generaron la crisis, los dueños de las grandes empresas, son los que reciben el dinero.

La medida se toma con el pretexto de que no queden miles de trabajadores en la calle por evitar que la producción quiebre. Con estos paquetes puede ser que reduzcan, o eviten parte del desempleo, pero lo cierto es que anulan el riesgo empresario, continua el poder económico en las mismas manos, y no se garantiza de ninguna manera que ese dinero se mantenga en el circuito productivo, habiendo sido esta una oportunidad de hacer un cambio. Por ejemplo
usando los planes para ayudar a crecer a pymes que necesitan mas personal lo que aumentaría la competencia y de paso se reducirían los precios de todos los productos, haciendo que cambie el poder de manos, o directamente brindando ayuda a la gente que se quedo desempleada o corre el riesgo de perder su hogar, hasta que consiga otro trabajo y la crisis pase.

Pero dar paquetes de enormes sumas de dinero a capitalistas que generaron la crisis a través de la especulación y se sabe que tienen grandísimas cuentas en los paraísos financieros como las islas Caimán, hace pensar que parte del dinero para "salvar las economías del mundo" pueden tener ese mismo destino, o por lo menos no el destino mas confiable.

Es muy conservador ayudar a los que mas tienen para que estos ayuden a la clase trabajadora. Nunca se cumplió esa teoría del derrame y nunca se va a cumplir, por lo que es demasiado sospechoso que pretendan solucionar todo de esa manera, y seria muy ingenuo creer que tomaron una medida equivocada y poco progresista por un simple error. Esta claro que si adhieren a ese tipo de medidas es porque algo les deben a las grandes corporaciones...¿La financiación de sus campañas políticas quizás? Puede que eso y mucho más. Lo cierto es que claramente los trabajadores están pagando las consecuencias de una debacle económica que no generaron, y están premiando a los que si lo hicieron. Cada día mas justo todo.